Diario de un superviviente en el desolado Santo Domingo (2)
Día 2
Mi nombre es Rafael Encarnación, solía ser chofer en la ruta Villa Mella-Ave. Independencia con el CNTU, por las mañanas llevaba a mis hijos al liceo, en las noches siempre procuraba llevar la cena a la casa, y siempre atendía a mi esposa. Como los jefes del sindicato me dejaban sin cuartos a final de mes para mantener a sus queridas, tuve que buscarme un oficio adicional del cual me averguenzo… pero hoy, 2 días después de la Pandemia… nada de eso eso importa, hoy soy apenas otro sobreviviente en el desolado Santo Domingo. Hoy es Viernes 22, Viernes Santo y apenas quedamos yo y unos cuantos para celebrarlo.
Algunos de los hombres del grupo de sobrevivientes, incluyendo mi compadre, decidimos hoy adentrarnos en la ciudad en búsqueda de provisiones y a otros que hayan logrado escapar a la enfermedad que hasta ahora conocemos como el Bañismo. Lo único evidentemente cierto, era la incuestionable realidad de que al entrar allí nada realmente sería cierto.
Apenas llegando al centro, resultó evidente el estado de caos y desolación en el que había quedado Santo Domingo. La ciudad lucía vacía, habían perros viralatas que ladraban y perseguían nuestro vehículo… en el mismo medio de la Ave. Kennedy. Un bocinazo que nuestro conductor dió con la intención de ahuyentar la jauría de realengos retumbó con un eco que parecía haberse escuchado hasta por el Obelisco Hembra.
Como siempre, desde mucho antes de la Gran Pandemia, ningún semáforo funcionaba. Pero ante el deprimente espectáculo de una ciudad vacía y dejada a su suerte, ese semáforo apagado o tiritando incesantemente en amarillo trajo a nuestras mentes una nueva sensación mucho más inquietante. Esos semáforos dañados no eran resultado de lluvias, apagones, desaprensivos que se roban los cables para vender el cobre o cuanta pendejada antes se nos vendía… justo allí entendimos que quizás el propio Alcalde y los encargados de descontrolar el tránsito día a día, hoy probablemente ya eran bañistas.
Supervivientes encontramos… tuvimos que esquivar a algunos de ellos que venían robándose en contra vía la 27 de Febrero enterita. Nuestro instinto más básico de sobrevivir empezó a tomar control sobre nuestras decisiones.
A partir de ahí y sin mediar consideraciones, cruzamos como bólidos toda calle o esquina que se interpusiera en nuestro camino. Era preferible pasarnos cuanto artículo existiera en la Ley General de Tránsito por donde no brilla el sol, que asumir un mayor riesgo al reducir la velocidad y exponernos a un encuentro cercano con saqueadores, asaltantes, padres de familia o peor… algún bañista infectado que haya quedado rezagado.
Todo estaba cerrado y el calor de la tarde se tornaba inclemente, por lo que hicimos una breve parada a un lado de la Ave. Lincoln para consultar entre nosotros sobre donde hacernos un refugio temporal hasta tanto se redujera la intensidad de los jervores. El compadre sugirió dirigirnos a alguna iglesia en los alrededores de Naco o Piantini, fuera de lo que fuere, todas deben tener ni que sea aire acondicionado, un romo agachado y un buen equipo de sonido, las evangélicas porque de a 10% en 10% de todos sus feligreses sacan una buena borona, y las católicas porque lo logran con los impuestos de todos nosotros los pendejos. Además… es Viernes Santo… por lo menos una debe estar abierta… no?
Intentamos 5 iglesias distintas esa tarde… y nada, todas tan cerradas como su liquor store más cercano. Bañistas… bañistas por todos lados.
Al empezar a caer la tarde era evidente que no íbamos a tener éxito, deberíamos racionar lo poco que aún nos quedaba y esperar mejor suerte al día siguiente. En lo más profundo de nuestras mentes comenzó a albergarse una sensación de desesperanza… sabemos que mañana nada habrá cambiado, la Pandemia se seguirá propagando y nosotros… escarbando como buitres en los desechos del hoy desolado Gran Santo Domingo.